Algeciras con Todo y a Pesar de Todo, Mi Ciudad y Mi Orgullo

Hay ciudades que te marcan sin que te des cuenta, y para mí esa es Algeciras. Durante un tiempo la señalé, la comparé, incluso la juzgué. Pero cuando la vida te lleva lejos y miras desde fuera, entiendes que no es cuestión de que sea mejor o peor: es que es tuya.

Sus rincones, su gente, su mezcla de culturas, su historia callada… La Plaza Alta, la playa del Rinconcillo, ese acento que te delata donde vayas. Todo eso construye una forma de vivir que no se encuentra en ningún otro lugar.

Porque no somos Cádiz. Tampoco Málaga. Somos el Campo de Gibraltar, con su carácter propio, sus luces y sus sombras. Y sí, podríamos estar mejor. El narcotráfico, el paro, el transporte público o la falta de oportunidades son heridas abiertas que cuesta no mirar.

También hay ausencias que duelen: una vida cultural pobre, poco apoyo al talento local, escasas propuestas para los jóvenes. Una pena, porque potencial hay de sobra. Y ojalá algún día Algeciras reciba la atención que merece, no como un punto más en el mapa, sino como el lugar vivo y vibrante que es.

Aun con todo, Algeciras es mi ciudad. Y no la cambiaría. Porque aquí se aprende una forma única de mirar: entre la ironía y la fortaleza, entre la belleza y la paciencia. Querer un sitio no es tapar sus fallos, sino reconocer su valor a pesar de ellos.

Esta semana estamos en feria, y en cada caseta, en cada paso por la playa o esquina del centro, se siente algo que no se puede medir: pertenencia. No necesito idealizar nada para saber que soy de aquí. Y ser de aquí —con todo lo que eso implica— es un orgullo profundo.




 

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