Vivir la Fotografía en Tánger y las Miradas que Cuentan Historias

Durante mi viaje de verano a Tánger, descubrí cómo mirar la ciudad sin buscarla, sin guion, solo dejando que los momentos aparezcan. La cámara estaba presente, pero no como obligación: era testigo y cómplice de lo inesperado.

En fotografía existe un concepto fascinante: el momento decisivo, acuñado por Henri Cartier-Bresson. Es ese instante exacto en que la luz, la composición y la emoción coinciden, y si no estás allí, se pierde para siempre.

Paseando por el zoco, me encontré con uno de esos instantes. Un rodaje improvisado comenzó a montarse en una calle cualquiera, nadie lo esperaba, nadie lo buscaba… y yo estaba listo. Ese clic no es solo una imagen, es la memoria viva de un suceso irrepetible.

Algunos podrían decir que hoy una IA puede generar escenas perfectas o reconstruir atmósferas. Es cierto: puede crear mundos visuales con precisión. Pero nunca podrá sentir el murmullo de la calle, la energía de la gente o la sorpresa de un hallazgo fortuito.

La diferencia es clara: la IA produce imágenes, pero el fotógrafo vive experiencias. Es la presencia, la curiosidad y la conexión con el entorno lo que da alma a cada fotografía.

Al final, lo que hace que una foto trascienda no es la perfección técnica, sino la historia que lleva detrás. Cada disparo guarda emociones, descubrimientos y vivencias que nunca se repetirán, y eso es lo que realmente le da vida a la imagen.



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